Un país narcotizado | Internacional

“Cuando se pasa el efecto, hay gente que suele ponerse de mal humor y que pierde la paciencia”, admite Jaled. También quita la sensación de hambre, algo importante en un país donde muchas familias se ven obligadas a saltarse alguna de las comidas por falta de recursos. (Un 43% de los 23 millones de yemeníes sobreviven con menos de dos dólares diarios, según el FMI). Los más pobres llegan a gastarse la mitad de sus ingresos en comprar qat, en lugar de alimentos. Incluso los parados dedican más tiempo a hacerse con las hojas que a buscar trabajo.
“Para mí, el qat representa la pobreza por su impacto negativo en la agricultura, la economía, el agua, la productividad, la salud y los ingresos”, resume Al Eryani en un intercambio de correos electrónicos. Esta destacada bloguera y activista política, que reconoce haber masticado sus hojas verdes y brillantes un par de veces “para saber de qué hablaba”, se muestra convencida de que “Yemen nunca será un país desarrollado mientras el qat sea más importante que la tierra y el agua, la salud e incluso sus niños”.
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